
Adentro mío confluyen dos mares. De más está decir ke es un desastre, porke cuando alguno de ellos está agitado el otro no puede sino responder al estímulo y agitarse también. Y sus aguas me inundan. Y es en esos momentos, cuando no puedo pensar, y lo único ke creo ke tengo ke hacer es salirme del cuerpo. Y no puedo lograrlo. Me es imposible. Y mi alma lucha por mantenerse a flote y lo hace, pelea con las olas furiosas aferrándose a lo primero ke encuentra a sabiendas ke lo va a lograr como tantas otras veces y aunke esta vez tampoco kiera lograrlo.
Y de golpe siempre sucede algo. Algo externo a mí y a mis mares ke no tiene nada ke ver con esta tormenta y la tormenta pasa. Y los mares se calman, ambos al mismo tiempo. Y las aguas bajan. Las siento bajar en los bordes de las pestañas. Y en mi nariz y - al fin - puedo dejar entrar en mí un poco de aire. Y lo lleno de ella hasta donde puedo, lo más ke puedo. Y una vez ke el agua se encuentra en su nivel normal (el cual podría decirse situado a la altura del ombligo, mas o menos) mi alma se siente apacible. Y se sacude las gotas como cuando no keremos mojar mucho la toalla y nos sacudimos la piel. Y se estruje el pelo, lo retuerce para dejar caer el sobrante. Y se incorpora y camina, descalza. Aunke sepa ke detesto andar descalza.
He sobrevivido a miles de estas inundaciones. Hubo temporadas en ke he tenido ke soportar dos o tres diarias, y así y todo aún no puedo acostumbrarme a ellas. No logro sentirme cómoda con mis mares. Y me doy cuenta ke no me va kedando tiempo y resto para aprender a hacerlo. Hasta muchas veces me he obligado a mí misma a hacer simulacros de inundaciones, pero no es lo mismo: el saber ke es un simulacro atenúa demasiado la descarga de adrenalina y se pierde el sentido de la simulación en sí. No es lo mismo.
A veces me pregunto cuándo llegará el día en ke mis mares se apacigüen. Les aseguro ke no veo el momento.
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