sábado, 29 de abril de 2006

Nostalgia, melancolía, angustia.
Recuerdos, risas, emoción.
Cuántas sentimientos se mixturan en esta semana de mi vida.
Después de unos cuantos años sin decidir qué hacer, hemos vendido la que fue la casa de mis abuelos, y esta semana nos ocupamos de vaciarla.
Sé que es extraño, pero por motivos varios, la casa estuvo armada (casi) tal cual como el día en que mi abuelo murió, hace ya más de 5 años; entonces fue duro para algunos ocuparse ahora de la ropa, de los muebles, de las pequeñas cosas. Sobre todo para mi mamá y para mí.
Yo siempre pensé que esa casa iba a ser mía, pero no pudo ser.
Y se siente tan raro tirar o regalar algunas cosas, y vender otras.
Estoy pasando una semana muy extraña.
Está bueno porque estoy recibiendo “herencias”; y está doblemente bueno porque estoy recibiendo casi todas las cosas que siempre quise tener, cosas sin valor monetario, cosas pequeñas que desde chiquita me gustaron mucho: el mortero de raíz de mi abuela, la ranita de escupir carozos (seguro saben cuál es), la nenita de cerámica, el sillón de hamaca de mi abuelo Juan, muchas muchas fotos.
Me pasó algo muy extraño con los muebles: desde siempre yo dije que iba a comprar el juego de dormitorio de ellos, que es de nogal, de los años ´30, es hermosísimo y me dieron la posibilidad de pagarlo cómodamente, y sin embargo me bajé de la idea. No sé todavía por qué, si siempre lo quise tener… De golpe me di cuenta que esos muebles habían perdido el atractivo, los sentí tan vacíos de todo lo que yo había puesto durante tantos años en ellos, de repente los vi lúgubres, casi nefastos. Todavía no puedo entender bien por qué si siempre los quise. Ya no los quiero. Los van a vender. Lo mismo le pasó a mi mamá con el juego de comedor.
También estoy heredando algunas cosas de mi madre porque es como que a todos nos agarró la fiebre por dar cosas, a mí personalmente porque me mudo a una casa más chica y adoro desprenderme de las cosas. (Quizás eso tenga que ver con el tema de los muebles también, quizás sean una carga para mi, quién sabe…)
De más está contarles que se me ha caído la piel y estoy en carne viva todo el tiempo; los recuerdos están muy vívidos, recuerdo las cosas que me han hecho reír más que nada, y lo feliz que fui en esa casa; porque ésa que dentro de una semana entregamos es la única casa en la que fui feliz de chiquita, porque yo iba allí y me sentía a salvo del mal humor de mi viejo y la depresión de mi mamá. En esa casa todo se solucionaba, todo era distinto, el sol entraba por todos lados. Cuando fui adolescente fue mi refugio, iba a la hora de la siesta a leer mientras mis abuelos dormían porque desde siempre tuve llave, leía en el patio rodeada de los millones de plantas que tenía mi Lela, y tratando de pisar despacio el piso hueco de pinotea para no despertarlos.
Por momentos me viene como un sentimiento de culpa, como si estuviera traicionando a mi Lelo, porque yo siempre pensé que ésa iba a ser mi casa y siempre se lo decía, y no lo pude lograr. Miro las fotos de mi Lelo Juan y me doy cuenta de cuánto lo necesito todavía; no me pasa lo mismo con mi Lela, pero sí con Juan, será porque hasta su último día me estaba cuidando y fue el único hombre que me protegió y me quiso tanto, porque Juan más que mi abuelo era mi papá, estuve toda la vida enamorada de él, y no pude entender nunca por qué mi abuela no lo estaba; si Juan era tan, tan lindo que parecía actor de películas, y era tan, tan noble, de una nobleza y una bondad extremas.
Es gracioso que mis primos hayan ido a sacar fotos de la casa y los muebles y mi prima esté haciendo un álbum genealógico. Es irónicamente gracioso. Cuando me lo comentaron me pareció una buena idea, y después me di cuenta que no necesito fotos para recordar cada rincón, cada moldura, si he pasado casi la mitad de mi vida en esa casa, si me pongo a pensarlo recuerdo cada detalle de los muebles, y ni hablar los olores. Supongo que es un poco eso también con los muebles: ya no tienen el olor que tenían cuando vivían ellos, el encierro lo ha transformado en otro, en un olor completamente ajeno.
Bueno, nada, como verán… ni sé cómo terminar este post, estoy así como toda despelotada, no pretendan demasiado de mi… =)

5 comentarios:

  1. Te entiendo, no sabés cuánto! Al momento de irme de mi casa decidí dejar todo (ya lo sabés), hasta aquellas cosas que amaba profundamente mientras las disfrutaba y me pasó más que nada con dos sillones bajitos y super cómodos que había en el living de casa. Tenían colores ocres, cuando el sol daba sobre ellos toda mi casa era un inmenso parque en otoño y adoraba sentarme sobre ellos o simplemente pasar por allí y mirarlos. Luego, al irse mamá, todo pareció desteñirse irremediablemente y cerré la puerta de aquél lugar armándome de valor y dejando en mi mente una fotografía de los momentos felices. Así debe ser, es la mejor manera, nos quedamos con eso y seguimos. Tu Lelo Juan está siempre con vos, te sigue protegiendo, igual que mi mamá. Te quiero Ang, no sabés cuánto!

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  2. Es como desenterrar un arbol. Empezás a descubrir que las raices eran más grandes y más profundas de lo que pensabas. No?

    No te aferres al pasado , no te amodorres en la melancolía de un recuerdo feliz. Que el pasado te defina pero que no te limite.

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  3. Ya falta poquito...
    Estoy contenta porque la pareja que la compró ADORA la casa a pesar de estar tan venida abajo. =D

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  4. Como envidie siempre a los que pueden tener esos recuerdos, los envidiaba cuando los iban creando, yo siempre fuí una visita en la casa de mis abuelos maternos, no tanto por mi abuelo que era un genio pero mi abuela de ternura no tenía nada.

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  5. es hermoso poder emocionarse con cosas asi. me pasa cada vez que vuelvo a entre rios a visitar a mi familia. y la ultima vez que fui despues de doce años al caserón centenario que esta en un campo que mi abuelo tuvo cuando yo era chiquita. millares de recuerdos en picada libre y lágrimas que fluian como nunca antes.

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